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ZONORIDADES: La caída de Juan Camilo (o Crónica de Tatú en la Isla de la Fantasía Mexicana).


Cuenta la Historia de México que el entonces Emperador Maximiliano de Hasburgo, ya sea por el capricho de la Emperatriz Carlota o por su obsesivo gusto por el trazado y arquitectura de la vanguardista Francia, ordenó la planificación de la mayor avenida del Imperio Mexicano: el Paseo de la Reforma. Esto con el propósito de que por las apacibles tardes en que regresaba del centro de la Ciudad de México al Castillo de Chapultepec, su bien amada y aburguesada esposa, lo viera llegar a su humilde morada, cual jinete de los Campos Elíseos franchutes. Lejos estaba de imaginarse don Maxi, que algún día su querida y famosa avenida también serviría de pista de colisión de aves de metal con número de circulación del Gobierno Federal, y menos aun que, dentro de tal pajarraco de acero inolvidable y ahora retorcido, el segundo hombre más influyente de la política mexicana (sino es que el primero) haya partido a paraísos menos terrenales en un “accidente” sin precedentes en la vida de nuestro querido pueblo, esto según las fuentes oficiales.

Ahora bien, la Historia de México más fresca y reciente, cual vigoroso y objetivo diario amarillista, cuenta que nuestro Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, gran Tlatoani y Virrey de ambas funciones ambas (Tlatoani para la indiada; Virrey para hispanos y oligarquía pipirisnais), se disponía a recibir desde la terraza de su pequeña y graciosa vivienda de interés social, rimbombantemente conocida como Los Pinos, a su quijotesco acompañante gallego, fiel escudero desde aventuras sombrías y lodosas, fraudes apadrinados y reformas investidas de “tesoritos” desperdiciados.

Siete de la tarde y la cena ya estaba preparada para Camilín (solo para los cuates). Tacos de, perdón (lapsus nacus abruptus), paella valenciana, vino riojano y queso fermentado en las regiones vascas (¡y así sabe!), era el banquete que se le serviría a tan insigne encomendero español radicado en estas tierras y quien hacía las veces de visitador de los gobiernos de las intendencias, para echar un vistazo a las propiedades virreinales y de paso observar cómo se comporta la fauna mestiza, pasando desde los Chones Prietos, los café con leche, saltapatrás, criollos, mulatos, negros cucurumbés y algún judío perdido en busca de fortuna. Hasta antes de las siete todo bien. El Conde de Celta de Vigo F.C., Ilmo. Don Juan Camilo Mouriño Terrazo, Vice Virrey, mandamás y titiritero de la Colonia llamada Nueva España había departido con el encargado del changarro de la intendencia potosina, Don Cabeza de Algodón Marcelito de los Santos y de los últimos días, acerca de algunos problemillas de seguridad regional y de reparto de ganancias entre patrones y salteadores de piratas, ambulantes y comerciantes de sustancias que alteran los sentidos y sentidas (parafraseando asnos guanajuatenses). Todo bien durante la tertulia.

Se cuenta también que, durante el trayecto de la aeronave, al interior de esta se departía alegremente, brindando con sendos rones importados de la Madre Patria y que dudamos que algún trabajador mejicano (leer con “afento” español) de insigne y valiente salario mínimo haya probado en su vida (y también creemos que jamás lo hará), y acompañado con botanitas ultramarinas de precios rebajados, algún caviar noruego o sardinitas vizcaínas, entremeses que no hemos probado ni en Semana Santa (él que escribe esto se incluye entre el populacho), todo baratito, pues hay que consentir a nuestros funcionarios de primer nivel (recuerden que no basta con aguinaldos pinchurrientos, ¡hay que consentir bien a la planilla calderonica-mouriñista!), ¿o que creían que su esfuerzo es de a estomago vacío? ¡Joder Juan Ca (para los cuates aun más allegados), que con la Fuente de Petróleos hemos topado! Lamentos escuchados en la cabina de Lear Jet de sabotaje sin esclarecer y de transeúntes victimados por la explosión sin indemnizar. Y la espera sigue.

Contarán los más viejos, que aquella tarde-noche en la Gran México-Tenochtitlán, S.A. de M.P. (Ministerio Público no, sino Madre Patria), salía al encuentro de aquella ave de metal, el Tlatoani espurio de democracia experimental, Virreyito de una realidad inexistente, pero fiel a la camarilla que lo ungió en el poder. Relatarán que saliendo al humilde balcón de su jacalito y con la alegría desbordada en su amplia frente michoacana, gritó con júbilo y fanfarrias al ver aproximarse aquel pajarraco motorizado: ¡el Avión, el Avión!, y cual Tatú en la Isla de la Fantasía, buscaba a su patrón para informarle del arribo, sin embargo, en esa ocasión su jefe de nombre Juan Camilo y de apellido Mouriño estaba allá en las alturas disfrutando de una postal panorámica sin igual. ¡Josú, el patrón es el patrón aquí y en los cielos defeños repletos de smog!

Y se continuará la tradición oral de este relato de generación en generación, buscando que los chavales no caigan en la tentación de la pillería política corrupta y se abstengan de ser funcionarios públicos de dudosa reputación.

Queda constancia de este relato que se conocerá en los años venideros como La Caída de Juan Camilo (o Crónica de Tatú en la Isla de la Fantasía Mexicana). Códice Hectorino de la Nueva Historia de la Reconquista de la Nueva España, Méjico, dos mil y ocho de este siglo.

Héctor Arce Vela.

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